El ladrón de Violines. Historia del Stradivarius Gibson Ex Huberman
martes, junio 13, 2017Año 1936, NY.
Un
hombre de mediana edad camina a toda prisa, empujando a las personas para apartarlos de su camino. Viste un traje oscuro, algo desgastado por el uso
diario. La cita con el destino de aquel hombre era efímero, una segunda
oportunidad no se presentaría jamás, de un momento a otro lo tendría agarrado
por los cuellos. Eso pensó él. Pero las personas con quiénes había chocado no
pensaban así, la lluvia de insultos que le caían al pobre por no tener cuidado
donde pisaba eran en verdad hirientes, hasta de lo que iba a morir le
gritaban.
Joshua Bell, actualemnte es dueño del Stradivarius Gibson Ex Huberman. |
El hombre abre la puerta del camerino, no hay ni un alma allí. Se ha detenido el tiempo.
Grita una voz femenina, -¡Her Huberman! ¡Her!-.
El hombre gira la cabeza, con desesperación mira a los lados del camerino, vuelve la mirada hacia los pasillos, no ve a nadie más, sólo una mujer menudita de tez blanca y de ojos oscuros. El hombre se ve preocupado, mueve las cosas que descansan sobre la mesa pegado a la pared, no hay más cosas, solo un abrigo, un portafolio con partituras y un estuche abierto con dos arcos.
El hombre gira la cabeza, con desesperación mira a los lados del camerino, vuelve la mirada hacia los pasillos, no ve a nadie más, sólo una mujer menudita de tez blanca y de ojos oscuros. El hombre se ve preocupado, mueve las cosas que descansan sobre la mesa pegado a la pared, no hay más cosas, solo un abrigo, un portafolio con partituras y un estuche abierto con dos arcos.
La
mujer de ojos oscuros, sacó del estado en que se encontraba el hombre con los gritos de desesperación que tenía:
- ¡Her Huberman! ¡Afuera lo esperan!-.
Al tenerlo de cerca, se percata que ha sucedido algo, lo nota preocupado. La mujer preguntó: -¡Her Huberman! ¿Se encuentra bien?-.
- ¡Her Huberman! ¡Afuera lo esperan!-.
Al tenerlo de cerca, se percata que ha sucedido algo, lo nota preocupado. La mujer preguntó: -¡Her Huberman! ¿Se encuentra bien?-.
-¡Enseguida
salgo!- respondió el hombre. Tomó el violín que estaba en el estuche; había dos
arcos, levantó uno para probarlo, no le gustó, se decidió por el segundo.
Volvió sobre sus pasos. En la mano llevaba un Guarnerius.
Una
mujer levanta el auricular del teléfono con un -¡Diga, diga!-. Se oye solo una
respiración, la mujer le entra el miedo y cuelga. Vuelve a sonar el teléfono.
Al otro lado del teléfono se oyó decir: - ¡Marcelle! ¡Marcelle!, ¡Soy
yo, Julian!-.
-Tengo algo importante que decirte, no creo vivir por mucho tiempo, por eso te pido de favor que viajes a Connecticut, estoy internado en un hospital-.
-Tengo algo importante que decirte, no creo vivir por mucho tiempo, por eso te pido de favor que viajes a Connecticut, estoy internado en un hospital-.
Una
enfermera grita: -¡Familiares del paciente Julian Altman!-. Una de las mujeres que
estaban sentadas en la sala de espera, se levanta. – ¡Soy yo, la esposa!-. La enfermera le indica que
la siga.
En
la cama esta tirado Julian Altman, el rostro demacrado, está en sus huesos, no
hay mucha esperanza que pase el año 1980. La esposa se queda observando, aquel
hombre irreconocible es su esposo, le han detectado cáncer de hígado. Altman le
indica a su mujer que tome asiento al lado de la cama. Entonces le pide buscar
a un amigo que le había encargado un tesoro. Le susurra, un tesoro
que por más de cincuenta años ha guardado: –¡Ese tesoro es un violín!-.
La
mujer de Altman sabía de sobra que su esposo tocaba el violín, no era un
secreto. Por eso la extrañeza que sólo por un violín le pidiese viajar
urgentemente a Connecticut. Era un amateur en el instrumento, ella no sabía
exactamente de donde había provenido el gusto por ese instrumento, tampoco sus
estudios iniciales, quizá fue en algún albergue o en una iglesia, donde se
acostumbra algunas veces tener a voluntarios enseñando alguna habilidad a
adolescentes y a niños marginados, pero lo que sí sabía, su amor por la música
clásica.
En
1936, comienza diciendo Altman, un violinista polaco de origen judío, Bronislaw Huberman se
desembarcó de Italia hacia los Estados Unidos, en una de tantas giras que
realizaba el extraordinario y virtuoso violinista. Consigo traía un doble
estuche con dos violines maravillosos y únicos del siglo XVIII. Uno de los
violines era un Stradivarius de 1713, llamado “Gibson”, en honor al primer
dueño del instrumento, George Alfred Gibson-.
Bronislaw Huberman, violinista polaco (1882-1947). |
El
28 de febrero de 1936, Brinislaw Huberman se presentó en el Carnegie Hall ante
un público exigente y ávido de buena música. Esa noche, el violinista polaco se
decidió salir a tocar con el violín Guarnerius, otra joya de arte, dejando su
Stradivarius Gibson en su camerino. El violinista polaco nunca pensó que al
regresar ya no encontraría el violín, ni mucho menos se imaginaba que sería la
última vez que vería su Stradivarius por el resto de su vida.
No
era la primera vez que sucedía a Huberman, en 1916 en Viena fue sustraído en el
hotel donde se hospedaba, después de dar aviso a las autoridades, no pasó más de
cuatros horas, el violín había regresado a las manos de Huberman.
El
violinista polaco recuperó el valor monetario del Staradivarios Gibson. La
aseguradora Lyod de Londres indemnizó a Huberman con 30, 000 dólares por el
robo. En 1947, Huberman le sorprendió la muerte a los 64 años en una casa de su
propiedad, afincado en Suiza. Nunca más supo del violín.
La
señora Altman enterada del valor del instrumento, se apresuró a salir del
hospital sin cuestionar a su esposo, fue en busca del instrumento. La persona
que lo tenía sin dar cuenta del valor que tenía entre sus manos, un millón de
dólares valuados en ese entonces.
Antonio Stradivari es un lutier (Laudero) que vivió entre los años 1644 y 1737, nacido en Cremona, al norte de Italia. Los
violines del lutier italiano, tienen un lado misterios en su construcción.
Existe un secreto, del tipo de madera o su composición química, del barniz; hay
algo en esos violines que hace su sonido de una calidad especial y compleja.
Los Stradivarius son tan
especiales, verdaderas obras de arte, piezas únicas como la “Mona
Lisa”. Diferentes y magníficos. Son instrumentos musicales llevados a niveles
extraordinarios de gran belleza en el sonido, es la cumbre de la laudaría
salido de las manos de un genio. Se valúan en millones de dólares. Stradivari guardó el secreto hasta la tumba.
Una
mujer pregunta por el comandante de la comisaría de policía. Desea revelar un
secreto. Un robo.
Un policía contesta sarcásticamente.
– ¡Un robo! ¿Sabe cuántos robos existen al día? ¡Miles, señora!-.
Un policía contesta sarcásticamente.
– ¡Un robo! ¿Sabe cuántos robos existen al día? ¡Miles, señora!-.
La
mujer se presenta con el nombre de Marcelle Hall, tiene en sus manos un estuche
de violín. Dice al comandante: -Todo comenzó en el año 1936. Julian,
influenciado por su madre, quien creía que él era un gran violinista, y que sus
capacidades pocos le hacían justicia. En ese mismo año, el violinista Bronislaw Huberman ofrecería un concierto en Carnegie Hall, pero, consigo siempre portaba
dos violines, uno de ellos construido por las manos del famoso Lutier italiano
Antonio Stradivari. Julian ingresó entre bastidores sin ser visto hasta el
camerino en donde se encontraba el fabuloso Stradivarius, salió del lugar sin
que nadie sospechara lo que lleva entre las manos. Ese hombre, el ladrón del
violín era mi esposo, Julian Altman-.
Antonio Stradivari. Lutier italiano (1644-1737). |
Aunque
Marcelle no se tragó el cuento de su marido. Según Julian, el violín lo había
comprado por cien dólares al hombre que lo había robado. Ella misma
reconocía que él era un canalla, jugador y mujeriego, se ganaba la vida tocando
el violín en restaurantes de segunda y en celebraciones de sociedad. Nunca
llegó a ser un violinista de cremè de la cremè.
Transcurrieron
cincuenta años que Marcelle le fue revelado el secreto. En 1986 murió el esposo,
ella decidió entregar el Stradivarius para que reconquistara la gloria
arrebatada. Marcelle Hall recibió de la aseguradora trescientos treinta mil
dólares por haber devuelto y encontrado el Strad (como se les llama).
Especialistas
en restauración acudieron para el reconocimiento del famoso Stradivarius
Gibson-Ex Huberman –como se le conoce actualmente-. La sorpresa que se llevaron
al encontrar el instrumento pintado de color negro, Altman lo pintó de grasa de
zapatos para camuflajearlo.
Llevo
más de nueve meses para retirarle la pintura, un trabajo hormiga para no votar
el barniz original. Al final el color rojizo de arce y el tono del ébano, las
maderas originales volvieron a resurgir y el violín recupero su esplendor. Un
famoso violinista inglés lo compró, y el Strad reconquistó su gloria.
Un
muchacho de Indiana, con una carrera prometedor como violinista, tenía entre
sus manos un “Tom Taylor”, otro maravilloso Stradivarius de 1732. Hasta que se
cruzó en su camino el Stradivarius Gibson Ex-Huberman. Ese afamado violinista,
es nada menos que Joshua Bell, tuvo que vender su anterior violín por dos
millones de dólares y para el restante, solicitó un financiamiento. Se hizo del
violín por cuatro millones de dólares, antes que llegase a parar a un museo,
como parecía en un principio al no haber comprador.
El
Stradivarius Gibson Ex-Huberman pertenece a Joshua Bell, lo acompaña en todas
las giras de conciertos que ofrece en el mundo. El instrumento está valuado en 14
millones, quizá es el violín más caro del lutier italiano.
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